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Sobre los ministros extraordinarios de la comunión y su abuso

Foto del escritor: Steven Neira Steven Neira

Iniciaré este artículo diciendo que, en el Derecho Canónico no existen los "ministros eucarísticos" como gustan llamarse, sino que existen los ministros extraordinarios de la comunión, lo que ya desde el inicio nos va dejando claro que no hay intención alguna en la Ley de la Iglesia, de que éstos se entiendan como los ministros que ordinariamente desempeñan este oficio. Luego, mi intención es tratar de echar luces sobre un tema que, sea por conveniencia o por ignorancia, se ha ido oscureciendo, y por supuesto, también me motiva -grandemente debo confesar- la gran cantidad de abusos litúrgicos que se dan a raíz de una situción "extraordinaria" que se ha convertido en la norma.


El canon 910 §1 del Código de Derecho Canónico establece que:

Son ministros ordinarios de la sagrada comunión el Obispo, el presbítero y el diácono.

En otras palabras, como norma, quien debe distribuir la comunión es un obispo, un sacerdote o un diácono. Sin embargo, lo que vemos en la inmesa mayoría de nuestras parroquias es a dos y a veces más laicos -de hecho, en su mayoría son laicas- distribuyendo la comunión, incluso en misas entre semana y con un número pequeño de fieles. Y bueno, a menos que el sacerdote esté impedido de mantenerse en pie por cuestiones de edad o salud, estas situaciones no tienen sentido alguno y sin embargo, están totalmente normalizadas.


Comencemos por el principio

Este ministerio nace en 1973 a pedido de varias Conferencias Episcopales, y termina de oficializarse con la Instrucción Inmensae Caritatis de la Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacramentos (hoy llamado Dicasterio) y ya desde los primeros párrafos, este documento hace un gran esfuerzo por dejar claro una y otra vez que este es un ministerio extraordinario, es decir, no pretende que sea constante y mucho menos permanente. Y pasa a decir que se justifica su existencia cuando:


a) Falten sacerdote, diácono o acólito.

b) Los mismos se hallen impedidos para distribuir la sagrada comunión a causa de otro ministerio pastoral, por enfermedad o por motivo de su edad avanzada.

c) El número de fieles que desean acercarse a la sagrada comunión sea tan grande que se prolongaría demasiado la duración de la misa o distribución de la comunión fuera de la misa.


Luego en el 2003 el papa san Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia trató sobre la centralidad de la eucaristía en la Iglesia y aprovechó para hablar de ciertos abusos litúrgicos que se estaban dando en el contexto de los laicos asumiendo roles y funciones que no corresponden, sin embargo, pareciera que esto no fue suficiente, porque en el 2004 (un año después) la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos a través de la Instrucción Redemptionis Sacramentum vio necesario referirse de manera específica a los ministros extraordinarios de la comunión. De manera que, respecto a la vieja y mala costumbre de que el cura se quede sentado en su sede mientras envía a los laicos a distribuir la comunión, el numeral 157 dice lo siguiente:

Si habitualmente hay número suficiente de ministros sagrados, también para la distribución de la sagrada Comunión, no se pueden designar ministros extraordinarios de la sagrada Comunión. En tales circunstancias, los que han sido designados para este ministerio, no lo ejerzan. Repruébese la costumbre de aquellos sacerdotes que, a pesar de estar presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la comunión, encomendando esta tarea a laicos.

De esta manera, queda bastante claro y evidente, que la "necesidad" injustificada de ministros extraordinarios de la comunión, ha venido siendo un problema desde hace ya un buen tiempo, sea por comodidad de ciertos pastores o por ignorancia.


Sobre la "prolongación de la misa" como justificativo

Generalmente, para poder llegar a la situación en la que nos encontramos, muchos sacerdotes se valen de la tercera situación que presenta la Instrucción Inmensae Caritatis, es decir, que la misa se va a alargar demasiado, así que, eso justificaría que además del sacerdote, tengamos a tres laicos (o laicas) distribuyendo la comunión, y así podemos "acelerar el asunto", sin embargo, ante esta interpretación antojadiza, el mismo san Juan Pablo II aclara en el numeral 158 de Redemptionis Sacramentum:

El ministro extraordinario de la sagrada Comunión podrá administrar la Comunión solamente en ausencia del sacerdote o diácono, cuando el sacerdote está impedido por enfermedad, edad avanzada, o por otra verdadera causa, o cuando es tan grande el número de los fieles que se acercan a la Comunión, que la celebración de la Misa se prolongaría demasiado. Pero esto debe entenderse de forma que una breve prolongación sería una causa absolutamente insuficiente, según la cultura y las costumbres propias del lugar.

En otras palabras, el que la misa se prolongue cinco o diez minutos más por la fila de la comunión, no es un justificativo para armar dos o tres filas adicionales de comunión que sean "atendidas" por los ministros extraordinarios de la comunión. A veces pareciera que más allá de la supuesta necesidad, lo que se busca es "crear un espacio" para que ciertos laicos necesitados de asumir cargos, tengan en donde estar. Nuevamente, ha quedado demostrado que la intención explícita de la Iglesia, es que estos ministerios sean temporales y que se cumplan los requisitos suficientes para que se justifiquen, de manera que no puede ser la forma ordinaria y acostumbrada en que se distribuye la comunión en una parroquia. Esto sería vaciar de sentido el nombre mismo de este ministerio que por algo es "extraordinario”.


De la afectación a la sacralidad

Es bastante notorio (y hagan ustedes la observación, si es que no se han fijado) que cuando llega el momento de la comunión y se forman las filas, es muy evidente el hecho de que la mayoría busca recibir la comunión de manos del sacerdote, incluso, se dan casos en que hay gente que se cambia de fila cuando inicialmente el sacerdote estaba distribuyendo la comunión, y se acerca la ministra extraordinaria a ayudar.


Hay sacerdotes que le llaman la atención a la gente por estas actitudes e incluso hay quienes lo condenan de "clericalismo"... pero es sencillamente no comprender algo de sentido común. No se necesita ser teólogo para comprender que a quien corresponde este oficio es a quien tiene las manos ungidas y consagradas y no a don Carlos o a la Sra. Susana. Que además, si al distribuirse la comunión hay un cura presente distribuyéndola, los fieles tienen todo el derecho de preferir recibirla de manos del sacerdote. Que además, es cosa muy indigna que aún no siendo necesaria la presencia de los ministros extraordinarios, de paso, estén mal vestidos. Y de esto, me ha tocado ver con mis propios ojos y escuchar de otros cada cosa, y porque al laico no se le puede pedir que vista de cura, y más raro aún si es mujer, porque por muy "mentalidad de monaguillas" que tenga el obispo de la diócesis, es chocante a la sensibilidad de los fieles el ver a mujeres descotadas y usando un chal, repartiendo la comunión. Y lógico que se cubran con el chal, porque después de misa se van a comer, o al cine con su marido o al cumple de la tía, porque tiene vida de laico y no de cura. Es lógico.


Pero es que además, por este camino se van abriendo otros más tortuosos, en donde se empiezan a asumir funciones que ya ni siquiera se contemplan en la norma eclesial, desde la reserva de las hostias consagradas después de la comunión hasta la transportación de la custodia con el Santísimo Sacramento expuesto porque el cura está de viaje (lo presencié hace poco).


Cuidado y nos confundimos, creyendo que éstas son cosas de curas, que allá a quien compete decir algo de estos abusos es a otro, porque el Código de Derecho Canónico en el numeral 212 §3, nos recuerda que los fieles tenemos el derecho, y a veces hasta la obligación de manifestar a los pastores y a los demás fieles nuestra opinión respecto a aquello que pertene al bien de la Iglesia.


Mensaje final a los ministros extraordinarios de la comunión

Que conozco muchos y muy buenos, de vida muy devota y cristiana, que no quisiera que estas palabras les hagan pensar que hay un desprecio a su entrega, dedicación y amor por la Iglesia. Más bien, por razón de ese amor a la Iglesia estoy muy seguro que estarán de acuerdo con que lo sagrado merece toda la reverencia posible.


Mantengan esa entrega, y más bien, sean testimonio del amor a la verdad, en muchos casos incluso a pesar de los pastores, que la Iglesia necesita de hombres y mujeres que sepan quemarse y desvivirse allí donde Dios nos quiere, en la vocación a la que nos haya llamado.




 
 
 

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