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Católicos y la inmigración

Foto del escritor: Steven Neira Steven Neira

Habiendo iniciado la "era Trump" por segunda vez, algunos le han titulado "Trump 2.0", y en el mundo católico se ha generado una aceptación general de sus primeras semanas de gestión, ya que en tiempo récord ha hecho lo que muchos políticos "católicos" no se atrevieron ni se atreverían a hacer: ha desfinanciado por completo el apoyo estatal a organizaciones e iniciativas que promueven el aborto, ha acabado con la promoción de la ideología de género en la educación pública y también a nivel civil, se ha desmarcado de la OMS por promover políticos tiránicas y sin base científica en tiempos del COVID19 y un largo etcétera, sin embargo, hay un punto de inflexión que ha generado perplejidad en la izquierda política, asombro a nivel mundial, preocupación en los obispos y división entre católicos: el tema de la migración.


Ante esto yo solo quiero echar pequeñas luces sobre el tema, teniendo en cuenta que mi simpatía o desagrado por Trump es totalmente irrelevante a los criterios con los cuales -como católico- juzgo la realidad. En otras palabras, que sea Trump o que sea otro, me viene y me va.


Cuidarse de los mesianismos políticos

La Iglesia desde el Imperio Romano hasta las democracias modernas de nuestro tiempo ha sido bastante crítica con la mala costumbre de idolatrar personas, sea porque se "autoproclaman" como la solución de todos los problemas, o sea porque sus partidarios así lo proclaman. Sea un caso u otro, el único Mesías y Salvador que la Iglesia -y por tanto los católicos- reconoce es Jesucristo Dios y hombre verdadero. Por lo demás, frente a promesas de "acabar con la pobreza" sabemos que a los pobres los tendremos siempre (Mc 14,7), con que se pretende un paraíso en la tierra, sabemos que el Reino de Dios ya ha llegado en Cristo pero que su plenitud será al final de los tiempos (1Cor 15,24) o incluso frente a sloganes de "revoluciones", el Señor explícitamente pidió que los ignoráramos (Mt 24,6-7), por tanto, cualquier pretensión de presentar a un político como la “única y perfecta solución" de los problemas, es y será siempre una actitud contraria a la enseñanza del Evangelio, incluso si éste se presenta como católico o sus políticas y acciones concuerdan en mayor o menor medida con los principios cristianos.


Dios Padre nos creó a su imágen y semejanza y Jesús nos ha hecho libres y herederos del Reino por el Espíritu Santo que se nos ha dado, no para que terminemos de lacayos y borregos de una ideología, o peor aún, de una persona. Habiendo aclarado esto, voy al punto central...


Sobre las políticas de inmigración impuestas por Trump

En una entrevista el vicepresidente de EEUU JD. Vance explicó que «hay un concepto cristiano según el cual amas a tu familia, luego amas a tu prójimo, luego amas a tu comunidad, luego amas a tus conciudadanos y, después de eso, das prioridad al resto del mundo. Gran parte de la extrema izquierda ha invertido completamente eso».


El principio citado por Vance no es otro que el Ordo Amoris que la Iglesia ha venido enseñando magisterialmente durante siglos, para dejar en claro que el mandato de la caridad enseñado por Nuestro Señor no es una especie de caridad desordenada que lleva al marido a hacer uso del dinero destinado a pagar la renta y los gastos escolares de los niños, para apoyar obras de caridad en Haití. ¿Que los niños de Haití son importantes? ¡Por supuesto! Pero mi obligación está primero con aquellos por los que soy responsable por vocación. Y esto, como lo dije al inicio, no lo inventó Vance, sino que es la reflexión teológica de siglos de cristianismo, expuesta y desarrollada sobre todo por San Agustín y Santo Tomás de Aquino.


En este sentido, no es correcto romantizar el delito (traspasar las fronteras ilegalmente -faltaba más aclararlo- es un delito), ni tampoco es correcto invisibilizar el flagelo de la pobreza o la miseria en la que se encuentran ciertos países, que fruto de la creencia ingenua en la democracia, les ha llevado a instituir en el poder a verdaderos cretinos que se han enraizado en el poder a base de oprimir a su propio pueblo. Sin embargo, es la misma justicia y la misma caridad cristiana, la que obliga a un gobernante a velar porque se creen y se ejecuten normas que velen por el bien común del prójimo (y por "prójimo" no nos referimos a un objeto etéreo y general, sino a lo que exactamente significa: el próximo, es decir, el más cercano)


Luego, la apología de la inmigración masiva que muchos políticos woke y de izquierda acostumbran, parece ignorar o prefiere intencionalmente evitar hablar, de los verdaderos responsables y a quienes por principio de caridad se debería exhortar: los gobernantes y autoridades de las naciones a las cuales pertenecen estos inmigrantes. En este sentido, en una especie de Síndrome de Estocolmo el presidente de España y sus partidos de izquierda prefieren asumir como "daño colateral y necesario" el que toda la nación esté siendo colonizada por inmigrantes musulmanes, y lo mismo que decir del resto de Europa. Así mismo, países como el mío (Ecuador) se ha plagado de verdaderos cárteles del narcotráfico y se ha sumido en violencia a causa de sicariatos y secuestros que se han despuntado a raíz de la inmigración masiva de venezolanos, sin embargo, tan solo recientemente se empezó a señalar a Nicolás Maduro como lo que es: un zátrapa y un miserable. Y ojalá la recompensa de $25.000.000 que ofrece el gobierno de los Estados Unidos por información que lleve a la captura de Maduro, algún día se haga efectiva. Porque si realmente a los políticos y "líderes de opinión" les interesa la vida y destino de los inmigrantes, lejos de alentarles a que abandonden sus países, estarían buscando y promoviendo formas de evitar que tengan que inmigrar. Pero es que eso implica posturas políticamente incorrectas que comprometen sus cuotas políticas.


La postura del Vaticano y algunos obispos

La reacción de muchos obispos ante las políticas de Trump y las declaraciones de JD Vance no se hicieron esperar: problemáticas, preocupantes, no son cristianas, etc., a pesar de que cada uno de estos juicios no echa sus raíces en la Tradición de la Iglesia y su enseñanza, sino en posturas personales y/o políticas.


Para nadie es desconocido la postura del papa Francisco al respecto. Incluso ha llegado a hacer comparaciones extremadamente desafortunadas entre el control de las fronteras y prácticas abominables como el aborto. En una ocasión, afirmó: «El rechazo a acoger migrantes es una actitud que equivale a rechazar la vida, como el aborto.» Sin embargo, el 19 de diciembre del 2024 el Romano Pontífice promulgó un decreto que establecía el delito para quien intente entrar clandestinamente en su territorio: es decir, el delito de inmigración ilegal. De hecho, entre amenazas de cárcel, prohibición permanente de entrada a la Ciudad del Vaticano y multas económicas, reza uno de los párrafos: "Será castigado con pena privativa de libertad de uno a cuatro años y multa de 10.000 euros a 25.000 euros quien penetre en el territorio del Estado de la Ciudad del Vaticano con violencia, amenazas o evasión fraudulenta de los sistemas de seguridad y protección del Estado o eludiendo los controles fronterizos"... ¿pero de qué hablamos entonces? Es bonito hablar de "acoger al hermano inmigrante" cuando no es en mi casa sino en la del vecino. Por estas razones, históricamente los pontífices evitan entrar en el juego de la política si no es para denunciar un verdadero mal moral que amenaza el bien común o herejías doctrinales que amenazan la salvación de las almas.


Sea como sea, Trump no es santo de mi devoción, sin embargo debo reconocer (y me uno a las palabras de Mons. Strickland, injustamente defenestrado por este pontificado) que al menos en lo que corresponde al bien moral y espiritual, y la búsqueda del bien común, Trump y Vance han sonado más «como apóstoles que el 99% de la jerarquía», lo cual es sinceramente penoso y de llorar.



 
 
 

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