Ante los abusos en la Iglesia
- Steven Neira
- 11 oct 2021
- 3 Min. de lectura
Quisiera saltarme la explicación en donde hacemos la distinción lógica entre “un miembro” o “algunos miembros” del clero para evitar falacias de generalización respecto de toda la Iglesia, sencillamente porque por momentos pareciera que hacemos apología del delito. Incluso haciendo la distinción, no se explica para el no creyente - y a veces hasta para el católico - cómo una Institución que representa una autoridad moral milenaria, puede ser tan negligente respecto de cuestiones tan evidentes y escandalosas. Y no se explica, porque para poder entenderlo del todo se requiere del don de la fe. Se requiere creer que la Iglesia ha sido fundada por el Hijo de Dios y que hay una promesa divina que asegura la permanencia de la Iglesia hasta el final de los tiempos, indistintamente de la miseria o santidad de sus miembros (Mt 16, 18-19)
Luego, el laico de a pie parece tener la tarea titánica de dar la cara por la Iglesia en aquellos ambientes en los que ni el obispo diocesano, ni el Nuncio Apostólico ni el Papa tienen que darla, y ciertamente, en un mundo secularizado que tiene cada vez una mayor aversión hacia la Iglesia, la presunción de inocencia en la discusión ya se presupone que debemos darla por perdida. Quienes nos abordan en los pasillos del trabajo o en la reunión de amigos, no son siempre personas con prejuicios o con la intención de atacar a la Iglesia, sino que sencillamente quieren saber “por qué”. ¿Por qué tanta negligencia, por qué tanta miseria en donde todavía muchos esperan santidad, o por lo menos decencia?
Verán, como laico no puedo menos que amar a Dios sobre todas las cosas y amar a la Iglesia como Mater et Magistra, como ese Cuerpo Místico de Cristo (1Co 12, 27) en donde Dios ha querido que encontremos los medios de salvación por medio de los sacramentos, pero esto no es contradictorio con la denuncia clara y abierta de aquellos que han sido llamados a ser pastores del rebaño, y en realidad no son más que asalariados. Si esto sucede es porque lo permitimos, porque ante los abusos también hemos callado, porque hemos caído en un fideísmo irracional que pretende tapar el sol con un dedo, y esto, el “pastor” que es asalariado lo huele y lo percibe con mucha claridad. Los abusos de autoridad de parte del clero suelen darse en aquellos ambientes en donde la gente lo tolera, en donde los laicos ven en el sacerdote a un ser cuasi divino e intocable; y esta visión errada le hace daño a la Iglesia, pero sobretodo le hace daño al mismo sacerdote que cree poder servirse de su ministerio, que cree poder manipular la liturgia cuando en realidad es su servidor. Si el laico es ignorante de la doctrina, el “asalariado” ve un terreno fértil para imponer sus opiniones particulares sobre el depósito de la fe. De ahí que hayamos normalizado los abusos litúrgicos y las herejías desde el púlpito. De esto a la normalización de los abusos sexuales no hay un tramo muy largo, y es lo que sucede ahí donde el laico no asume su bautismo y se ha acostumbrado a vivir como apocado, como si estas realidades le tocan netamente a la jerarquía. ¿No es este el clericalismo que insistentemente se ha pedido erradicar? Es que no somos miembros pasivos de un engranaje. Somos hijos de Dios que por el bautismo nos hemos incorporado al Cuerpo de Cristo, somos sacerdotes, profetas y reyes porque participamos de estas funciones en Jesucristo.
Los abusos en la Iglesia no deben ni pueden ser tolerados, vengan de donde vengan. Bueno que lo supieran los obispos que permiten en su diócesis que cada párroco celebre la misa como le viene en gana, que normalmente se corresponde con la práctica generalizada de mover de parroquia en parroquia a los sacerdotes que llevan una doble vida. Ante esto, Dios nos de la fuerza de ser laicos dignos del nombre cristiano para denunciar abiertamente estas cosas, no solo ante la autoridad eclesiástica (cuando corresponde) sino al fuero civil. La Esposa de Cristo no tiene porqué ser mancillada impunemente por asalariados. Después de todo, los laicos somos también alter Christus, otros Cristos, por el bautismo, por el Espíritu Santo que se nos ha dado (1Co 2, 12).
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